Sexo, sangre y country

Empecé a ver True Blood sin demasiadas esperanzas. ¿Más vampiros moñas? No thanks. Además, aunque considero que Alan Ball es muy grande, también acabé hasta las santas narices de Six feet under. Sin embargo es una serie que, desde el primer momento, me sorprendió gratamente.

Desde los estupendos títulos de crédito para ser más exactos. Una sucesión de imagenes aderezadas con la genial canción de Jace Everett, Bad Things. El amigo Jace puede decir que ha tenido la suerte de su vida con esta serie pues, cuando apareció su canción en los créditos, el disco en el que había sido editada ya estaba descatalogado. Vamos, que no lo había comprado ni chus.

Ahora con dos discos editados (reeditado el primero que incluye Bad Things, sino estoy equivocada) Jace disfruta de una buena posición en las listas de ventas de albumes de country. No es que el country sea mi estilo de música favorito pero it rules on ocasions (que diría el gran Dean Winchester).



Lo que más me gusta de esta serie es que el tema vampírico es casi anecdótico. Sí, vale, están ahí todo el tiempo pero no es; oh, mira, son vampiros, tia, molán más que nadie. No, que va. Por fin sabemos que existen, que no solo están entre nosotros, sino que quieren tener los mismos derechos y obligaciones y, sobre todo, que ya no tienen por que comernos. Aunque si quieren pueden. Una sangre sintética (True Blood) fabricada por los japoneses les permite alimentarse convenientemente sin necesidad de chupar la sangre de inocentes personitas. ¿Debemos los humanos confiar en su buena voluntad y dejar de temerlos?

Bill y Sookie son un poco petardos (en plan, nuestro amor es posible-imposible según nos de el aire, pero nunca querré a nadie más que a ti) y los dientes de Anna Paquin me perturban constantemente pero merece la pena ver la serie. 12 episodios de la primera temporada y la segunda que esperamos con ansia para el 14 de julio (si la HBO quiere)